Coincidencia es que siempre sea el príncipe (alto, fuerte y guapo) quien se lleve a la princesa; y que yo, ni lo uno ni lo otro, me enamore de un dragón que me encerró en su castillo
Coincidencia era la música que martilleaba mi cabeza cuando veía tus fotos en un carrete ahora oxidado; coincidencia es que, ahora que el fuego en que me consumías se apaga, según se desvanece su danza y se esfuman tus juegos fatuos, por fin puedo ver las estrellas. Que me siento libre, por primera vez en mucho tiempo y que, preso del síndrome de Estocolmo, no sé qué hacer.
Pablo Marcos (https://pixelfed.social/pablomarcos) CC-By-Sa 3.0
Foto: Photo by Simon Migaj on Unsplash
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